Reyes Calderón y la juez Lola MacHor investigan LOS CRÍMENES DEL CAVIAR, un caso con misteriosas conexiones, una historia de amor y las oscuras luchas internas en el seno de la Iglesia




Editorial Planeta. 480 páginas

Tapa dura con sobrecubierta: 21,90€ Electrónico: 9,99€


Después de siete títulos compartiendo casos y aventuras, las relaciones entre la juez MacHor y el policía Juan Iturri experimentan un giro trascendental


Los crímenes del caviar, una novela de extraordinaria complejidad por la cantidad de asuntos que trata (un complicado asunto criminal, una historia de amor, la descripción de un cogollo cerrado y privilegiado, las conspiraciones en el seno de la Iglesia, los sueños de aprovechar los avances de la ciencia por parte de una sociedad acomodada…) tiene un comienzo clásico: una llamada telefónica y el encargo de un caso endemoniado (un auténtico marrón) a un investigador.


El investigador es el comandante de la Organización Internacional de Policía Criminal, comúnmente conocida como Interpol, Juan Iturri, coprotagonista de la serie de novelas protagonizadas por la juez Dolores MacHor. Como saben los seguidores de la serie, Iturri se ha instalado en Lyon fundamentalmente por alejarse de la juez MacHor, de la que está enamorado (“la única mujer a la que he querido; a la que sigo queriendo”, se confiesa en algún momento), con pocas esperanzas al estar ella casada.


En un restaurante de lujo lionés, Iturri se entrevista con dos misteriosos personajes: un alto eclesiástico, monseñor Igor Zánel, y un potentado saudí, emparentado con la familia real de su país. El primero, de gélidos ojos, se muestra agresivo y demasiado mundano para ser cura; Iturri le cataloga como “un político, un tipo acostumbrado a negociar y no precisamente con Dios”. Está en contra de la política del papa Francisco, al que define como un inepto y un blasfemo que ha pisado muchos callos y ha dividido a los purpurados. A Zánel, al que se irá conociendo a lo largo de la novela, se le puede encontrar en todos los saraos en que haya palos de golf, exquisiteces culinarias, hoteles de lujo y gente guapa con el bolsillo lleno. Es un cortesano, un enredahistorias con clériman, y, para algunos, un gilipollas arrogante, déspota con los de abajo y lameculos con los de arriba. Pertenece a una organización religiosa conservadora, repartida por todo el mundo, de la que también son miembros algunos políticos españoles, y que está moviendo sus cartas ante la cercana sucesión de Francisco.


GOTEO DE MUERTOS EN UN RESTAURANTE DE LUJO


Zánel y el saudí quieren que Iturri investigue unas extrañas muertes ocurridas en España, en el exclusivo entorno de Sotogrande. Entre los muertos están un cardenal, Ochavarría, y un hermano del potentado saudí. El cardenal es un papable , cuyo asesinato puede provocar un escándalo que interesa evitar


Para Iturri, el marrón es doble. Porque está a punto de comenzar sus vacaciones y porque “los crímenes -se dice el policía- no olían a pobre, olían a cuna dorada, a antepasados ilustres, a vanidad mórbida. Ni polvo blanco, ni chicas de alterne ni pistolas semiautomáticas… El que querían endosarme era un marrón señorial, sofisticado… Eran crímenes de ricos… Y había de todo en abundancia: un antiguo Bentley azul, un club de golf, una mansión con cocinero francés, un yate de gran eslora y baños de oro, una cruz pectoral…”. Más aún: semejantes personajes (los muertos y los comensales) parecen requerir la intervención de alguien muy por encima de Iturri, quien que, pese a su brillante trayectoria, no deja de ser un segundón. La reunión -privada, confidencial y, con toda seguridad, destinada a no dejar huella- no puede ser más inquietante.


De modo que se dan todas las circunstancias para que el policía rechace un caso que le llega por sospechosas vías extraoficiales. Todas… menos una. Entre los muertos -además de los citados, de otro millonario local y del propietario de una importante empresa farmacéutica y su esposa- está también un médico español, el doctor Jaime Garache, que es (era) nada menos que el esposo de Lola MacHor. Iturri, que solo tiene dos debilidades, su pipa y Lola, que bebe los vientos por esta, aunque no sepa la razón, ve cómo se le abre una ventana de esperanza. Además, investigar la muerte de su marido es una forma de ayudar a la mujer que ama.


Tal es el impactante comienzo del nuevo título de la exitosa serie de la juez MacHor, en el que se plantean ya varias de las líneas argumentales que componen esta extraordinaria novela: un caso policial enrevesado con misteriosas conexiones, una historia de amor, las oscuras luchas internas en el seno de la Iglesia.


UN TROZO DEL PARAÍSO


Iturri, por supuesto, se presenta en Sotogrande. Esta exclusiva urbanización gaditana aporta al relato la tercera pata de los clásicos componentes de las buenas novelas: junto con el conflicto y los personajes, la del entorno, el paisaje. Sotogrande tiene fuerza y personalidad propia sobrada como para encarnar, casi con entidad de personaje, ese aspecto de la novela. Sotogrande, se dice en la novela, es la antítesis de Marbella: privacidad, diversión sana, familia y deporte. Es una zona que parece el paraíso, punto de encuentro de océanos y continentes. Con una playa virgen de casi un kilómetro de longitud, agreste, con vistas espectaculares: Marruecos a un lado, al otro el Peñón. Y amaneceres de ensueño. Sotogrande alberga un hotel boutique con una soberbia balconada sobre la Marina. Y casas de hermosa arquitectura mediterránea, “una deliciosa gama de sonrojos de albero, tierra y rojo tostado”. Allí, todo es recto, silencioso, suave, con un asfalto liso como un folio; césped infinito, palmeras inmensas, olivos centenarios. Es la urbanización de lujo más segura del mundo, en la que el riesgo para los vigilantes es la muerte por aburrimiento.


Pero, como todo paraíso, tiene su serpiente. Sotogrande, también llamada Millolandia, el lugar donde hasta los perros cotizan en bolsa, contiene a demasiados estúpidos por metro cuadrado, aunque no todos sus residentes sean iguales, y los que trabajan allí se sienten más pobres de lo que en realidad son. Con todo, lo peor es que está en la zona del Estrecho, una de las autopistas de la droga, cuyo tráfico trata de combatir una guardia civil mal dotada. Los narcos, al revés que en Marbella son autóctonos (con apodos no menos autóctonos: el Tomate, el Messi, el clan de los Castaña). Aunque el 70% de los jóvenes está en paro, muchos lucen la inconfundible estética narco de cadenas de oro y conducen cochazos deportivos. No se esconden, al contrario, se sienten importantes, héroes populares protegidos por el pueblo que vive de ellos.


Como en toda novela policiaca moderna que se precie, en Los crímenes del caviar nada es lo que parece ser en un primer momento. Por supuesto, las explicaciones de Zánel, el monseñor mundano, no eran del todo ciertas, y su interés por la investigación -el cardenal Ochavarría “iba a ser un instrumento de Dios, pero esa panda de eclesiásticos comunistas amigos de homosexuales se lo ha llevado por delante”- no era exactamente el que dijo. Iturri se encuentra con una intriga que le depara (y con él, al lector) sorpresa tras sorpresa, giro tras giro.


También se encuentra con algo mucho mejor. En Sotogrande está Lola MacHor para hacerse cargo de las cenizas de su marido. La situación propiciará que se empiecen a cumplir los sueños del enamorado Iturri.

En cuanto a las sorpresas, se suceden sin solución de continuidad. El doctor Garache -que oficialmente estaba en Fráncfort, no en Sotogrande- tenía una cuenta en Suiza con setenta millones de dólares, una cuenta en la que solo hay entradas de dinero, pero no salidas. Las muertes son especialmente truculentas, con los ojos de las víctimas llenos de sangre. Al lado de los cadáveres, aparecen unas jeringuillas que, además de tener las huellas de los muertos, tienen las del doctor Garache. El grupo de difuntos -que se reunía a cenar cada segundo jueves de mes en un llamado Club del Caviar- no puede ser más heterogéneo: gente de distintos países y religiones, un alto cargo de la Iglesia, un médico, varios millonarios, una misteriosa dama que sobrevive y desaparece, y de la que nadie quiere hablar. El dinero y el poder es lo único que parecen tener en común; y eso, piensa Juan Iturri, es lo que debe explicar lo que pasa: debe haber algo exclusivo, elitista, especial, en las cenas. En el caso de una de las víctimas, hay, además, una cuantiosa herencia en juego, a disputar por su primera mujer y por la segunda, que, al estar embarazada, aporta nuevos herederos.explicar lo que pasa: debe haber algo exclusivo, elitista, especial, en las cenas. En el caso de una de las víctimas, hay, además, una cuantiosa herencia en juego, a disputar por su primera mujer y por la segunda, que, al estar embarazada, aporta nuevos herederos.


En cierto modo, Jaime Garache es la pieza discordante en el grupo. El asunto parece tener que ver con un médico y unos pacientes millonarios que le han metido setenta millones en la cuenta. Además, parece haber móviles lógicos para algún asesinato: eliminar a un cardenal que estorba, el asunto de la herencia; pero, en otros casos, los móviles son insondables. Pero, sobre todo, hay bastantes cosas que no encajan y poderosos intereses ocultos detrás del caso, capaces de cambiar de juzgado la investigación, manipular pruebas y falsear partes forenses para dar mentirosas versiones oficiales de las muertes.


AMOR Y HUMOR


No todo son crímenes e intriga en esta estupenda novela. Cuenta también con dos ingredientes esenciales de la vida: el amor y el humor. El primero a cuenta de la relación Juan Iturri-Lola MacHor. Una relación, de momento, hecha de tanteos y titubeos, de dudas, de lucha entre el impulso y la prudencia. Nada raro en la trayectoria de ambos personajes. A fin de cuentas, como se dice en la novela, “las cosas más extrañas que le han ocurrido [a Iturri] le han pasado con Lola MacHor”.


El humor discurre por varias vías y a cuenta de varios personajes. Una de las primeras tiene que ver con las diferencias y contrastes sociales entre quienes viven en Sotogrande y quienes trabajan para ellos. Entre los personajes, además del esforzado vigilante Luis Rojo, o de Zeus, el confidente nudista y estrafalario, que dan pie a páginas hilarantes, destacan un par de aristócratas tronados (cuyo título nobiliario podría ser perfectamente el de Leguineche), vividores y malhablados, triperos, amigos de llevarse en un táper la comida que sobra (llevarse es un decir; ellos envían a alguien a recogerlo), y que celebran las penas a la irlandesa, es decir, bebiendo. Pero que también tienen sus buenos principios. Porque, como dice uno de ellos: “somos gilipollas, pero nos han educado así”.


PROTAGONISTAS, SECUNDARIOS Y MISTERIOSOS


Dichos aristócratas no son sino una parte de un elenco de personajes verdaderamente notable. Hay tres clases de ellos: Los protagonistas evidentes son los de la serie de novelas en que Los crímenes del caviar se incluye. Juan Iturri, que lleva casi diez años en Lyon, donde vive solo, tras haber ejercidoejercido de Junto a la intriga, el amor y el humor, esos dos ingredientes esenciales de la vida están muy presentes en la novelaejercido de policía judicial en España; un cincuentón que cuida con esmero su contundente físico. La juez Dolores MacHor, descendiente de la burguesía vasca y de ascendencia irlandesa; alto cargo del Tribunal Supremo. “Terca como una mula y tan quijotesca que cree ciegamente en la justicia… Nunca han logrado institucionalizarla, corromperla o doblegarla”, aunque lo hayan intentado.


Entre los secundarios, además de los aristócratas citados, destaca la sargento de la guardia civil Rocío Urdiales, Quisquilla, a quien le apasiona la caza de los malvados, sobre todo los ricos que creen que el dinero les sitúa por encima de los demás y de la ley. Rocío Urdiales, hija ilegítima de uno de esos millonarios prepotentes, tiene un principio: que “a la Ley se la refanfinfla el tamaño de la cartera”. La importancia de los secundarios en cualquier relato literario o cinematográfico no necesita ser ensalzada.

Los crímenes del caviar es, a su modo, una novela social en tanto que contiene un retrato de una variada fauna humana. A lo dicho hasta aquí, cabe añadir una taxonomía de los ricos. Estos, los divide un personaje en tradicionales, auténticos y nuevos. Los primeros, como su propio nombre indica, son los de toda la vida; “pura educación y descanso”, rentistas que no han dado un palo al agua en su vida. Los nuevos, fieles también a su condición, son exhibicionistas y un punto horteras. Los auténticos son victorianos que valoran el trabajo; austeros y cumplidores con el fisco (dicen ellos), aspiran a dejar el mundo un poco mejor de como se lo encontraron.


Al componente social de la novela no es ajeno el retrato de la organización religiosa que aparece en ella. No tiene desperdicio el modo en que se presentan sus comportamientos, las mañas para ganarse al cardenal papable por medio de halagos e invitaciones a colegios, universidades y asociaciones de la organización.


Y como la novela transcurre en el paraíso, y ya decía David Niven en una película que en el paraíso tenía por fuerza que haber perros, el reparto no estaría completo sin citar a Desliz, un terrier schnauzer negro, que, pese a los orígenes ilícitos que su nombre delata, se gana a la juez MacHor igual que se gana al lector.


Finalmente, junto a protagonistas y secundarios, hay un par de personajes misteriosos, que apenas aparecen, pero que cargan de alto voltaje el relato. Uno es la dama que sobrevive a la cena y desaparece; una dama invisible del más alto nivel imaginable (“de la realeza, pero del pueblo”), cuya presencia, caso de ser detectada, provocaría un lío tremendo, por no decir el cataclismo que hubiera originado su muerte en la misteriosa cena. El otro personaje es un residente en Abu Dabi que se dispone a intervenir para evitar escándalos, lo que hace -le dice a la dama- “no por ti, sino por la institución. Sobre todo… ahora que frecuentaré más España”.


Reyes Calderón apunta alto en esta nueva ficción. Por lo dicho o por imaginar nada menos que un complot para matar al papa dentro del seno de la Iglesia. Y es que los príncipes de la Iglesia que aparecen en la novela se comportan como si fueran los príncipes de Maquiavelo; autor cuyas citas encabezan las distintas partes del libro. Citas tan significativas como estas: “No son los títulos los que honran a los hombres, sino que los hombres honran a los títulos”. “Los príncipes y los gobiernos son mucho más peligrosos que otros elementos en la sociedad”. “No hay nada más importante que aparentar ser religioso”. O esta, que podría aplicarse a algún que otro papa efímero: “Un hombre que en todas las cosas quiere hacer profesión de bueno entre tantos que no lo son, no puede llegar más que al desastre”.


Y si la novela empieza con un recurso clásico, al final, y no solo por la resolución de los crímenes, cabe echar mano de otro clásico: cherchez la femme .


Sobre la autora


Como escritora, ha publicado doce novelas, entre las que destacan Las lágrimas deHemingway (2005), Los crímenes del número primo (2008), El último paciente del doctorWilson (2010), La venganza del asesino par (2012), Tardes de chocolate en el Ritz (2014), Lapuerta del cielo (2015), Clave Matisse (2018) y El juego de los crímenes perfectos (2022), quehan sido traducidas a varios idiomas.Ha sido galardonada con el Premio Abogados de Novela por su obra El jurado número 10(2013) y con el Premio Azorín de Novela por Dispara a la luna (2016). Reyes Calderón se haconsolidado como una autora referente dentro de la literatura de intriga, como atestigua eléxito de público de su saga protagonizada por la juez Lola MacHor.


 

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