VENECOS, el nuevo libro del cuentos de Rodrigo Blanco Calderón, uno de los grandes nombres de la actual literatura venezolana
Editorial Páginas de Espuma. 160 páginas
Rústica con solapas: 17,00€ Electrónico: 7,49€
En el Diccionario de americanismos de la RAE se define “veneco” como un adjetivo despectivo y popular para referirse a los venezolanos. Estos cuentos de Rodrigo Blanco Calderón proponen un descenso y un laberinto por viajes, encuentros y desencuentros en orillas que se llegan a convertir en un diálogo fracturado.
Aviones, aeropuertos, ciudades, personas… pequeñas y grandes historias que conviven con nosotros porque son parte de una épica cotidiana, o de un sueño propio de las pelícuas. Y toda esa búsqueda, ese extrañamiento es el que también podría leerse en la intrahistoria de más de ocho millones de venecos que han dejado su país y buscan el próximo encuentro, entre la épica y el sueño.
Formalmente hablando, la Real Academia Española (RAE) explica que esta palabra se encuentra en el Diccionario de americanismos y se define como un adjetivo despectivo y popular; “Adj. Pe; Ec, desp. Relativo a Venezuela”. ¿Cómo lo definiría Rodrigo Blanco Calderón?
Para mí, «Veneco» es una palabra simpática y sonora, que resume la historia del gentilicio venezolano del siglo XXI: un mirarnos, por primera vez, desde afuera. Dependiendo del contexto y la entonación, puede ser peyorativa o afectiva. Yo me inscribo en esa corriente de venezolanos que hemos decidido apropiárnosla con humor, sin complejos, y reivindicarla como un modo de nombrar esas nuevas identidades que hoy nos representan.
Su libro surge, más allá de la terrible situación en Venezuela, de una escritura que ahonda en el desplazamiento (migración o exilio). Se impone el viaje (la presencia constante de los vuelos), la otra vida, la extranjería. ¿Cómo se escribe desde este extrañamiento?
Mi condición de extranjero, de emigrante, ha sido la experiencia más decisiva de mi vida adulta. Y este libro lo refleja, porque tiene cuentos que datan de cuando aún no me había ido de Venezuela y en los que, sin embargo, ya está presente el conflicto del éxodo, la disyuntiva de irse o quedarse. Primero emigré a París y luego a Málaga. Han sido escalas es un proceso doloroso y a la vez renovador de desconocerme y reconocerme en esta nueva vida. Quizás lo único que se ha mantenido firme en este proceso ha sido la escritura, el recurso a ella. Es un espejo que recoge todo, que a veces espanta pero que al final siempre reconcilia.
Hay en el libro en eje casi permanente que no es otro que la creación, la escritura, con personajes que leen, que escriben, que el libro les vincula. Hay homenajes evidentes y otros ocultos a grandes escritores. ¿Cómo enfrenta a este territorio literario?
Como pez en el agua, creo. Soy un escritor que le gusta escribir sobre la escritura, sobre la lectura, sobre los escritores y artistas que me van marcando. Y sobre cómo la experiencia estética es el filtro de la existencia, lo que fija, lo que borra y lo que modifica la experiencia vital.
No podemos pasar estas preguntas sin abordar la encrucijada de Venezuela. En lo colectivo y en lo individual se presenta y representa experiencias que ponen en evidencia el dolor y la nostalgia, la represión y la violencia, el desconcierto y la urgencia. ¿Cómo se escribe desde este desgarramiento? ¿Cómo se construye la mirada de quien escribe, la mirada de Rodrigo Blanco Calderón?
En mis cuentos suelo tratar historias trágicas, violentas, dolorosas, surgidas de la sociedad en la que me tocó nacer y crecer. Siempre busco abordarlas desde la cotidianidad de mis personajes, sin tremendismos. Al menos, eso es lo que intento. Busco aplicar el décimo punto del decálogo del perfecto cuentista de Quiroga: «cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno».
Por último, exploremos sus impresiones sobre la estructura del libro que en una alternancia estudiada progresa en lo sórdido de situaciones y conflictos. ¿Cómo ha modelado esta cohesión en el libro?
Una cosa es escribir un cuento, lo cual es una experiencia autotélica, ensimismada. Y otra cosa es, teniendo a mano varios cuentos, confeccionar un volumen de cuentos. Yo soy un músico frustrado, por eso me gusta tanto armar un libro de cuentos pues es lo más parecido a hacer un álbum de música. El cuentista debe proponer un recorrido que, en realidad, no es temático: es sonoro. El libro de cuentos debe sonar bien, de principio a fin, alternando ritmos y sonidos, para que el lector no se duerma ni se aturda. No importa si el lector lee los cuentos saltándose el índice propuesto. Esa aparente libertad del lector también es un efecto de la estructura.
Sobre el autor
Rodrigo Blanco Calderón, narrador venezolano, ha publicado las novelas The Night (Premio III Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, Prix Rive Gauche à Paris, Premio de la Crítica en Venezuela) y Simpatía (incluida en la longlist del International Booker Prize 2024).
Como cuentista ha publicado Una larga fila de hombres (2005), Los invencibles (2007), Las rayas (2011) y Los terneros (2018). En 2023, obtuvo el O. Henry Prize con su relato «Los locos de París» («The Mad People of Paris» en traducción de Thomas Bunstead). Sus libros han sido traducidos a una decena de idiomas.
Actualmente vive en Málaga.
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